Una réplica Bicentenaria / Editorial / Mario A. Jerez-Caro

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Editorial Revista Patrimonio Institutano

Mayo 24 de 2013

Una Réplica Bicentenaria

El Instituto vive hoy una agitación para tomar en cuenta en los libros de historia. Las problemáticas internas han desencadenado un movimiento reflejo al gran terremoto de la Administración Letelier de hace un par de años, y  hoy en día mantienen a la comunidad en una encrucijada. Digo reflejo porque al igual que en los movimientos de nuestro terruño, esta agitación es una especie de acomodación necesaria, una réplica, ante una gran problemática que se arrastra desde hace muchos años y que, en su momento, le costó la cabeza a las autoridades de turno. Por ende se vuelve necesario un análisis del origen del conflicto por parte de todos los Institutanos, sobre todo en vísperas de una celebración tan importante como el bicentenario.

Me resultó apropiada la metáfora que colgaba en una de las rejas de entrada del establecimiento esta mañana, “El primer foco de luz se quemó” rezaba. Ya que resume de una manera bastante astuta la deficiencia de una máquina centenaria que funcionó análoga al mejor reloj de precisión por más de un siglo y medio, logrando darle a la educación pública laureles que hoy en día defienden los movimientos sociales. Se habla mucho de una deficiencia en la administración, de negligencia de las autoridades y de vándalos sin cara destruyéndolo todo a su paso, pero creo que el problema es mucho más complejo y visceral. Todo lo que hoy vive el Instituto Nacional es consecuencia de una problemática mucho más anciana de lo que podemos recordar, al menos los Institutanos de nuestra época.

Durante todo el siglo XIX y primera la mitad del siglo XX en Instituto gozó de un prestigio basado principalmente en la visión que se tenía como plantel para el mejoramiento, no solo de un grupo limitado de alumnos, sino de toda la educación pública chilena. Hoy podemos apreciar esto en la pérdida de los valores que se forjaron en nuestros abuelos o padres, que no estaban asociados al éxito económico o laboral como hoy,  sino que se acercaban mucho más a un idealismo de república que basaba su éxito en la educación igualitaria y de calidad para la construcción de una sociedad libre, tal como la postularon aquellos primeros revolucionarios hace ya más de dos siglos. Por lo tanto no me extraña que hoy en día veamos espectáculos tan contraproducentes como el daño a nuestro patrimonio tangible, o la famosa e histórica reclamación humanista que pide formar “hombres y no máquinas” ya que el modelo neoliberal al que se ha sumado la educación chilena transforma todos los ideales humanistas en códigos de barra o estándares compatibizables en dinero.

Entonces ustedes se preguntarán ¿De qué nos sirve parar al Instituto por una problemática tan profunda que afecta a la misma raíz de la educación? Pues sirve de mucho, ya que si escuchamos con atención las palabras de los Ministros de Educación, o al mismo Presidente de la República, se habla de querer replicar el modelo del Instituto Nacional en todo el territorio, como solución parcial a una problemática sobre calidad. Díganme entonces ¿Cómo pretendemos repetir el modelo de una institución que hoy en día no está funcionando como debe?

De seguro la problemática que hoy afecta al Instituto se remonta al año 1963, en donde un pequeño establecimiento que apenas superaba los mil alumnos logra de un momento a otro obtener nueva infraestructura que le permitirá, no solamente duplicar su matrícula, sino también contar con la más grande infraestructura a nivel nacional para un colegio público, con un edificio de más de 40.000 metros cuadrados. Ustedes entenderán que un colegio que hoy cuenta con más de 4100 alumnos, un currículum que incluye 5 idiomas extranjeros, innumerables academias, que funciona 6 días de la semana, con una biblioteca de 40 mil volúmenes desde el siglo XV al XXI, un teatro imponente por construirse, un estadio y un refugio en el Tabo no pueden seguir funcionando de manera correcta con una estructura interna idéntica a la que tenía en la década de 1920. Es decir, es predecible que un colegio tan monumental como este no esté funcionando de manera ideal con una orgánica de escuela para 500 alumnos. Y si a esto le agregamos el peso de una comunidad activa que supera las 15 mil almas, entre alumnos, profesores, administrativos, apoderados y ex alumnos, el esquema se ve minúsculo.

Todo lo que vive hoy el Instituto en términos internos se debe a este problema, ya que ante el desafío logístico, de administrar un monstruo como este, se cae en la necesidad de crear cargos parches, que no son parte de la orgánica oficial pero que hoy en día están tomando decisiones de carácter directivo que deberían involucrar a toda una comunidad, generando roces por la ausencia de una definición de roles y una confusión interna. Si queremos observar un modelo de logística útil para una institución educacional tan grande lo único a lo que podemos echar mano es a las orgánicas universitarias, no porque queramos impartir clases de aquel carácter sino porque las circunstancias en las que se desarrolla la comunidad institutana como tal son mucho más complejas que la mayoría de los colegios de Chile, y en escala son similares a las de una universidad. Es cosa sólo de darse cuenta de que el Instituto es más grande que muchas universidades privadas e incluso de regiones para entender que algo no está funcionando como debiera.

A esto le debemos sumar que existe un pensamiento monopólico de la educación por parte de nuestra sociedad, la estandarización del conocimiento ha hecho a los profesores los únicos responsables de la educación de nuestros hijos cuando en verdad es un proceso en donde la sociedad por completo está inmersa, e incluye con gran participación a los padres. Me extraña que hoy en día todas las decisiones educacionales tomadas por el colegio no se sustenten con el apoyo de los padres, porque digámoslo como es: la educación no parte cuando el alumno entra por la puerta del colegio, sino que empieza cuando se levanta y termina cuando se acuesta, en un proceso mucho más diverso, complejo e integral de lo que generalmente entendemos por educación. Por lo mismo me gustaría que en la orgánica del Instituto existiera el reflejo de los valores de su comunidad, donde los padres tengan voz de manera oficial, y no mediante una corporación de derecho privado, que es hoy principalmente un sostenedor anexo sin derecho a voto.

Todos sabemos la importancia de los ex alumnos para la institución, el colegio goza de un gran prestigio gracias una constelación de hombres y mujeres formados en la rigurosidad de nuestras aulas. Por lo mismo cada uno de nosotros, los exalumnos, nunca dejamos de ser Institutanos. Porque hasta el menos interesado en colaborar con la institución le abre las puertas a los jóvenes en el mundo laboral, contribuyendo al desarrollo intelectual y profesional de un joven de manera indirecta. Tenemos claro que a todos nos importa el Instituto, y que se juega con todos nosotros cuando suceden cosas como las de Diamantes en Bruto en donde se usaba de manera indiscriminada la personificación de nuestra primera Alma Mater. Me encantaría ver los Institutanos de todo el mundo devolviendo la mano, pero no sólo mediante recursos monetarios, sino que a través su experiencia y su conocimiento. Y para eso es necesario que tengan una voz oficial cuando del futuro del Instituto se trata.

Por eso esta riqueza de la que se vale el Instituto Nacional debiera reflejarse en su orgánica, generando instancias en donde los alumnos, profesores, paradocentes, administrativos, apoderados y ex alumnos tengan la posibilidad de expresar su parecer ante las reformas importantes que se necesitan y necesitarán desde hoy en adelante para el mejoramiento de una institución que se quedó dormida en el siglo XIX en términos de innovación para la educación pública.

Como conclusión podemos entender de que el instituto necesita innovar, y nos necesita a todos los Institutanos. Porque el colegio requiere con urgencia una nueva orgánica mucho más moderna y acorde a sus necesidades, pero que también le permita enriquecer el proceso educativo abriendo las puertas a toda la comunidad para que sean partícipes del mismo. Finalmente con esto estaríamos traspasando la evidencia de que el sistema educativo chileno necesita imperantemente adaptarse a las necesidades de cada colegio por separado para lograr una mejora tangible en nuestro sistema educacional.

Mario A. Jerez-Caro

Director Ediciones Patrimonio Institutano.

 

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